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Мовна специфіка літературних творів доби Золотого Віку

Es también patente, en los últimos años, la atención de los críticos hacia la vertiente sociológica de la novela picaresca, subrayando que ésta pone el acento en tensiones y problemas de la sociedad coetánea, tales como la obsesión de la limpieza y la honra (que han destacado Molho y Bataillon) y las expectativas de ascenso social de unas clases bloqueadas sociológicamente. Esta interpretación la defiende particularmente José Antonio Maravall. Para este historiador, mientras los criados del Renacimiento, son gente que busca una nueva situación, una sociedad libre, abierta, móvil, en que se puede salir, los pícaros se dan cuenta de que la sociedad se ha cerrado. El taponamiento de los cauces de ascensión social produce las formas desviadas y semidelincuentes de conducta. Por eso el pícaro se atreve a la mentira, al robo, pero nunca a la rebeldía.

1.6. Don Quijote - Miguel de Cervantes

Cervantes nació en Alcalá, en 1547. Empezó a escribir estando cautivo en Argel, donde compuso obras de teatro para divertir a sus compañeros de cautiverio y algunos poemas. A su regreso a España escribió cierto núrriero de piezas teatrales, de las que sólo han sobrevivido dos (La Numancia y El trato de Argel, ambas publicadas en el siglo XVIII). Durante toda su vida continuó publicando poesía; la mayoría de sus poemas son elogios de libros de otros autores o están diseminados a través de sus obras en prosa. El viaje del Parnaso (Madrid, 1614) es un estudio heroico–burlesco del estado de la poesía.

Por orden de publicación sus obras son: Primera parte de la Galatea (Alcalá, 1585); El ingenioso hidalgo D. Quijote de la Mancha (Madrid, 1605); Novelas ejemplares (Madrid, 1613); Ocho comedias y ocho entremeses nuevos (Madrid, 1615); Segunda parte de El ingenioso hidalgo D. Quijote de la Mancha (Madrid, 1615); Los trabajos de Persiles y Sigismunda, historia setentrional (Madrid, 1617).

Cervantes no fue un genio precoz. La primera parte del Quijote salió a la luz a sus sesenta años. Fueron los diez últimos años de su vida los de producción cuantitativamente abundante y cualitativamente genial. La última novela de Cervantes, cuya dedicatoria al conde de Lemos la formula tres días antes de su muerte, fue Los trabajos de Persiles y Sigismunda, obra según el patrón de la novela bizantina que tuvo un enorme éxito, comparable al del Quijote, con seis impresiones en su primer año de publicación (1617), ya muerto el novelista.

Pero naturalmente la gran obra cervantina fue el Quijote. La primera parte salió publicada en 1605. La segunda en 1615. El éxito del Quijote fue inmediato. La obra se reimprimió cinco veces eb 1605.

La fortuna editorial se comprueba por el hecho de la publicación en 1614 de una segunda parte apócrifa, bajo el nombre de Alonso Fernández de Avellaneda, con toda probabilidad un seudónimo. Es evidente que el autor no era amigo de Cervantes, a quien critica a incluso insulta en el prólogo. La obra es de inventiva rudimentaria y carece de la chispa de Cervantes.

Hasta el siglo XVIII el Quijote sólo fue visto como la obra maestra de la comicidad, sin concienciarse de la trascendencia de la obra. La crítica cambió a partir del siglo XIX. Los románticos vieron al Quijote como una obra patética, defensora de ideales aplastados por la chata realidad.

Desde la generación del 98 los análisis interpretativos han sido múltiples. Desde los estrictamente filológicos –los más interesantes, las observaciones de Riquer sobre los antecedentes y modelos literarios del loco– a los esencialistas hispánicos –como los de Unamuno, que considera la obra la biblia de lo español– pasando por los ideológicos –que inciden en la influencia de Erasmo (Bataillon), en las sátiras de las utopías (Maravall) o en los mensajes progresistas (Osterk–– o los raciales –D. Quijote como converso y Sancho como cristiano viejo– (A. Castro).

Hoy los críticos parecen estar de acuerdo en detectar en la obra de Cervantes elementos medievales (sobre todo, el espíritu heroico) al lado de componentes modernos, muy ligados al erasmismo. Pero sobre todo se subraya la transcendencia de la coyuntura histórica en la que se inserta.

Aunque el D. Quijote fue muy leído, Cervantes ejerció una influencia mayor con sus Novelas ejemplares, que naturalizaron la novela italiana en España. Así Lope de Vega escribió cuatro novelas. La más famosa fue La Dorotea, inspirada en La Celestina y de contenido autobiográfico, en la que cuenta sus errores de juventud con Elena Osorio.

La banalización de la novela, a medida que va avanzando el siglo XVII, es un reflejo de la sociedad para la que fue escrita: una sociedad en decadencia que va sumiéndose en la irresponsabilidad y en la frivolidad, aunque asiéndose cada vez con más tenacidad a las apariencias y a las ceremonias sociales, incluido un sentido del honor desprovisto progresivamente de contenido.

1.7. Poesía de siglo XVI - Garcilaso de la Vega

La poesía del siglo XVI es claramente petrarquista. El neoplatonismo influyó también en los sutiles análisis interpretativos y en el culto al sentimiento de la naturaleza. La temática amorosa, imitando la Arcadia de Sannazaro será constante en el género.

En 1543 apareció, impreso por Carles Amorós de Barcelona, uno de los más importantes volúmenes de la literatura española: las obras de Boscán y algunas de Garcilaso de la Vega repartidas en cuatro libros. El cuarto libro comprende la obra de Garcilaso, cuyos papeles, a su muerte, le fueron confiados a Boscán. El libro, reimpreso con frecuencia, se convirtió en el compañero de todo español instruido y sensible. Durante años Boscán y Garcilaso fueron publicados juntos, pero hacia 1570 el deseo de reimprimir a Garcilaso por separado apareció como una necesidad: había alcanzado ya la categoría de un clásico.

Garcilaso de la Vega (1501–1536) conoció en Nápoles a humanistas españoles como Juan de Valdés, y a italianos de la talla de Luigi Tansillo y Bernardo Tasso. Miembro admirado de los círculos literarios napolitanos a incluso de otros más amplios, intercambió cartas de mutua admiración con Pietro Bembo, el árbitro de la elegancia literaria italiana de aquellos años.

En las Eglogas se encuentra lo mejor del arte de Garcilaso. Hoy se conoce bien la vinculación de la poesía garcilasiana con los clásicos greco–latinos e italianos, destacándose en este sentido tres nombres principales: Virgilio, Petrarca y Sannazaro.

La conexión de Garcilaso con la poesía castellana de los cancioneros y con Ausias March es también incuestionable. Merece destacarse la importancia del Cancionero General (Valencia, 1511), una compilación masiva de toda clase de poesía realizada por Hernando del Castillo. La obra alcanzó enseguida un claro éxito comercial con siete ediciones en el siglo XVI. Se da por lo tanto el caso curioso de que la compilación poética del siglo XVI incluía solo obras del XV.

La nueva poesía de Garcilaso y Boscán fue aceptada rápidamente por el círculo cortesano, y las ediciones y comentarios que sobre ella hicieron el Brocense (1574) y Herrera (1580) demuestran su pronta difusión. El más sólido oponente a la nueva poesía fue Cristóbal de Castillejo, autor de una "Represión contra los poetas que escriben en verso italiano".

Otros poetas de la misma filiación fueron Diego Hurtado de Mendoza, Hernando de Acuña y Gutierre de Cetina. Pero los poetas más brillantes de la segunda mitad del siglo XVI fueron Herrera y Aldana.


1.8. Poesía épica

Otro género de enorme proyección en la España de la segunda mitad del siglo XVI fue la épica culta, de imitación italiana. La epopeya se inspiró sobre todo en el Orlando furioso (1516) de Ariosto y Jerusalén liberada de Tasso (1580). Este género se escribió por lo general en octavas reales con un número de cantos que oscilaba de 12 a 24. La obra más famosa en este género es, sin duda, La Araucana de Alonso de Ercilla. Ercilla (1533–1594), noble que luchó en la conquista de Chile, tema de la epopeya.

1.9. Literatura espiritual

Con el rótulo de literatura espiritual, Cristóbal Cuevas engloba las dos disciplinas clásicas del camino de perfección: la ascética y la mística. La primera busca el dominio de sí mismo y la purificación moral a través de la ejercitación del espíritu, pudiendo ser positiva –práctica de virtudes– y negativa –ruptura con todo lo que implica un desorden ético.

El misticismo, en sentido estricto, es aquella actitud psíquico–religiosa mediante la cual el hombre experimenta una cierta participación en la vida divina; lo característico de todo misticismo es la experiencia –directa y sin intermediarios– de la Divinidad. En la evolución cronológica del misticismo se suelen distinguir cuatro períodos. En primer lugar, un período que algunos han llamado de importación o iniciación y que comprendía desde los orígenes hasta 1500.

Algunos autores consideran decisiva la influencia de los místicos árabes y judíos, cuyo fenómeno fue lentamente absorbido durante siglos de larga convivencia entre las tres culturas. Un estudioso competente como H. Hatzfeld considera que Raimundo Lulio sería el eslabón entre el misticismo musulmán y el cristiano. Otros nos hablan de la infuencia germánica, en cuyos países habían surgido al final de la Edad Media grandes figuras del misticismo: Eckhart, Tauler, Ruysbroeck, Thomas de Kempis; quizá el Contemptus mundi de este autor (traducido en Zaragoza en 1490) fue el libro más leído entre nuestros espirituales del siglo XV y principios del XVI. Sin duda está operando en todas estas influencias la corriente de la devotio moderna, forma de espiritualidad caracterizada por una piedad íntima, ilustrada, metódica y afectiva, que time su origen en los Países Bajos. También hay que tener presente la influencia de la Patrística medieval.

El segundo período, de 1500 a 1560, se conoce como el de asimilación y está marcado por la orientación que en él ejerce la figura del cardenal Cisneros, que estimulará la edición de autores espirituales: La Vita Christi de Eiximenis (Granada, 1496), la obra del mismo título de Ludolfo de Sajonia (Alcalá, 1502–1503), el Flos Sanctorum de Jacobo de Vorágine (Toledo, 1511), etc... Los autores representativos de este periodo son Hernando de Zárate, Alonso de Orozco (1500-1591), Francisco de Osuna, Bernardino de Laredo, san Pedro de Alcántara, fray Alonso de Madrid, san Ignacio de Loyola y sus Ejercicios espirituales (1548),–Juan de Avila (1500–1549), con cuyo comentario sobre el Audi, filia (1556).

Según Sáinz Rodríguez, fray Luis de Granada marca la transición entre este período y el siguiente. Así entramos en el tercer período, de 1560 a 1600, al que el mismo crítico ya citado denomina de aportación y producción nacional. Lo característico de este momento es que sus autores no sólo hablan de mística, sino que la practican y llegan a su elaboración doctrinal más española y original. Su núcleo está formado por los dos santos carmelitas Teresa de Jesús y Juan de la Cruz, así como por los discípulos de aquélla.


1.10. La poesía del S. XVII - Góngora, Quevedo y Lope de Vega

La poesía en el siglo XVII tuvo un enorme desarrollo. La nómina de poetas es amplísima. La primera generación la constituye la nacida hacia 1560 que comienza a escribir en 1580. Es la generación de Góngora, Lope, los Argensola... La segunda generación de los nacidos hacia 1580 produce un gran genio, el de Quevedo, pero es sobre todo la generación de los discípulos de los anteriores (Villamediana, Soto, Esquilache, Medinilla, Jaúregui, etc.). La tercera generación, la de los nacidos hacia 1600, es la de la decadencia.

El término de culteranismo fue acuñado a principios del siglo XVII y define un estilo de extrema artificiosidad que en la práctica equivale a una latinización de la sintaxis y del vocabulario, un use constante de alusiones clásicas y la creación de una dicción poética distintiva lo más alejada posible del lenguaje diario. Herrera desempeñó un papel importante en este desarrollo. Los poetas cultos o culteranos del siglo XVII fueron, sin embargo, mucho más a11á que Herrera y escribieron en un estilo de dificultad deliberada con el fin de excluir a la generalidad de los lectores. Góngora se enorgullecía de resultar oscuro a los no iniciados, tal como escribía en una carta a un corresponsal desconocido, en 1613 ó 1614, en respuesta a un ataque a sus Soledades: Demás gue honra me ha acusado de hacerme oscuro a los ignorantes, que ésa es la distinción de los hombres doctos, hablar de manera que a ellos les parezca griego. Esta opinión, de hecho, la había defendido Luis Carrillo de Sotomayor en su Libro de la erudición poética (1611). El estilo culterano suscitó gran polémica en su tiempo. Lope de Vega atacó a Góngora y sus imitadores, a la vez qué Góngora criticó mordazmente su llaneza. La crítica más dura la representa Jáuregui: su Discurso poético ha sido considerado por algunos como el manifiesto del conceptismo por oponer el concepto ingenioso al sonido estupendo, y representa desde luego un diagnóstico en el que se critican las demasías del nuevo estilo, lejos de la llaneza.

El primer poeta conceptista en España sería Alonso de Ledesma, aunque su figura más representativa fue Quevedo. La poesía de Quevedo tiene múltiples vertientes: la patriótico–moral, en la que puede expresar la desilusión barroca del paso por la vida y el triste destino de España; la satírica y jocosa, fustigando los peligros de la ciudad, las costumbres femeninas, la ambición de poder, etc, destacando sus romances en jerga de germanía, voluntariamente grotescos y la amorosa, continuando el modelo petrarquista, con singular delicadeza y ternura. Las obras completas de Quevedo no se publicaron hasta después de su muerte, con el título de Las musas castellanas del Parnaso español divididas en nueve musas castellanas.

Por su parte, Góngora quiso editar su obra a instancias del Conde–Duque en 1623, pero murió sin verla publicada. Sólo algunos poemas quedaron impresos en libros de justas, romanceros, florilegios o dedicatorias. Contó con una popularidad evidente, gracias a la trasmisión oral de sus letrillas y romances. Y sus poemas mayores fueron copiados profusamente, constituyendo un caso típico de poeta bien conocido, a pesar de la escasez de impresión de sus obras. Es el único poeta lírico español cuyas obras manuscritas se explotan mercantilmente por los libreros. La abundancia de manuscritos y su pareja disposición hacen pensar en la existencia de un taller especializado en copiar los textos de don Luis.

La primera edición de las obras de Góngora fue publicada por Lope de Vicuña en 1627. De su éxito nos dan idea los múltiples Comentarios que suscitó en su tiempo (los más famosos los de García de Salbedo Coronel y José Pellicer).

Se ha tendido a establecer dos etapas en la evolución poética de Góngora, de la sencillez a la oscuridad. Hoy, Dámaso Alonso, su mejor conocedor, señala la fecha de 1610 como el hito de una evidente intensificación estilística, aunque de modo alguno pueden contraponerse dos estilos diferentes de Góngora. El Góngora más sencillo es el de las composiciones amorosas, romances, letrillas o villancicos. Dos temas destacan en su poesía: lo efímero y mudable de los asuntos humanos y la permanencia y belleza de la naturaleza. A lo largo de su vida alternó lo serio con lo burlesco, mezclando la erudición clásica con materiales propios de carnaval.

La máxima expresión del culteranismo gongorino se alcanza con la Fábula de Polifemo y Galatea y las Soledades (la primera escrita, como el Polifemo, en 1613; la segunda, nunca completada). En el Polifemo se observan fuentes grecolatinas, italianas y españolas (Garcilaso y Herrera, especialmente). Asimismo son patentes ciertas analogías entre las Soledades y la Arcadia de Sannazaro.

Entre los poetas gongorinos merece mención especial sor Juana Inés de la Cruz, monja mexicana, cuyas obras se publicaron en España en vida de la autora. Su obra más famosa es el Sueño, lleno de felices alegorías.

Aunque de Lope hablaremos en detalle al referirnos al teatro, digamos ahora que también fue un poeta notable. La variedad de su poesía es grande. Escribió varias epopeyas (La Dragontea, 1588; La hermosura de Angélica, 1602; Jerusalén conquistado, 1627), así como otros largos poemas (Corona trágica, 1627; La Circe, 1624, Isidro, 1599). Además publicó varios volúmenes de poemas cortos. Su imaginación nunca dejó de crear romances, así como poemas líricos en sus obras de teatro. Numerosos romances de los que se sabe que son de Lope aparecen en el Romancero General (Madrid, 1600).


1.11. La comedia o teatro nacional español

El teatro constituye uno de los géneros más sobresalientes de la literatura española del Siglo de Oro porque quizás fue el que gozó de una mayor proyección social.

El iniciador y padre del teatro renacentista español fue Juan del Encina. Si Encina fue un poeta hábil, Gil Vicente fue el más sensible y delicado de todos los poetas dramáticos del Siglo de Oro y se le ha descrito como el mejor dramaturgo europeo anterior a Shakespeare. Su condición de precursor del auto sacramental en España parece indiscutible. Por otra parte, merecen destacarse sus comedias sentimentales, entre las que sobresalen Don Duardos y Amadís de Gaula.

Bartolomé Torres Naharro (1485–1520) escribió la mayor parte de sus obras en Italia. Teórico, además de escritor, Torres Naharro dejó sus reflexiones sobre el teatro en el proemio de la Propalladia. Muestra una gran independencia de criterio y, aunque parte de los preceptor de los antiguos, los abandona pronto para expresar su opinión personal. Su definición de la comedia la concreta así: no es otra cosa sino un artificio ingenioso de notables y finalmente alegres acontecimientos, por personas disputado. Torres Naharro hizo avanzar el teatro y lo enriqueció con sus propias contribuciones: fue el creador del introito, monólogo único separado del cuerpo de la obra y recitado por un pastor en dialecto, que, unido al argumento, llegó a ser la forma de prólogo dominante en la primera mitad del siglo XVII; desarrolló la comedia en cinco actos, que llamó jornadas; amplió la galería de personajes; pero sobre todo tiene el mérito de haber hallado la fórmula de la comedia española en un primer intento que cristalizará en el siglo XVII con la producción de Lope de Vega.

En la segunda mitad del siglo XVI brillará con luz propia el sevillano Lope de Rueda (1509–1565), que no sólo fue un importante dramaturgo, sino uno de los mejores actores y directores escénicos profesionales de España. Rueda y su compañía recorrieron el país con actuaciones múltiples, ya en los comedores de palacio de la nobleza, ya en los escenarios más o menos improvisados. Cervantes nos hizo una excelente relación de sus actividades en el prólogo de Ocho comedias y ocho entremeses nuevos. Rueda comenzó a representar hacia 1540 y a él se debe en buena medida el establecimiento del teatro profesional en España. Buscó nuevos temas en el drama italiano contemporáneo.

El editor póstumo de Rueda, Juan de Timoneda, es bien conocido por su Patrañuelo, serie de consejas, pero fue también un excelente dramaturgo con obras como el Temario espiritual (1558), Amphitrion, Los menemnos, Cornelia (1559) y el Temario sacramental (1575).

De 1575, aproximadamente, a 1587 ocurre la llegada masiva de las compañías italianas a la Península, lo que significa el triunfo de la comedia del arte, el desarroIlo urbano del teatro, su comercialización en teatros de manera estable y la tecnificación de la puesta en escena. Durante el período siguiente, 1587 a 1620 aproximadamente, se da el momento de esplendor de los corrales y la nacionalización de las compañías. Durante los años siguientes, hasta mediados de siglo, junto al teatro de corrales se desarrollan, sobre todo en representaciones públicas, técnicas cada vez más sofisticadas y complejas, con las que se representan obras que han derivado hacia el enredo puro, por una parte, o hacia la densidad y la profundidad temática de parte del teatro calderoniano, por otra. El teatro del siglo XVII tendrá aún larga vida en la centuria siguiente, por lo menos en el favor del público, cuando ya la creación de obras nuevas y realmente valiosas languidezca.

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