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Otra forma de subjetivismo axiológico, aunque no coincidente con el anterior, es la del empirismo lógico. El Tractatus LogicoPhilosophicus de Wingenstein puede tomarse como punto de partida (1921) del empirismó lógico.

Un primer núcleo de este movimiento quedó constituido en el Círculo de Viena, encabezado por Moritz Schlick. El Círculo de Viena se propuso unificar las ciencias, incluida la filosofía, partiendo del método lógico de análisis, el cual permitiría eliminar problemas metafísicos y afirmaciones carentes de significación; este método serviría para aclarar los conceptos y las proposiciones de las ciencias empíricas, cuyo contenido es lo observable de modo inmediato.

Las expresiones metafísicas, afirman, tienen un trasfondo sentimental, careciendo de rango científico. Los predicados bueno, bello, justo, etc., como valores, no tienen función simbólica como la tienen los predicados rojo, frío, idiota, etc., sino que sirven sólo como signos emotivos o expresiones de nuestra actitud hacia algo. Cuando decimos bueno no afirmamos nada del objeto, pero manifestamos nuestro estado sentimental. Y no es que nuestro deseo o agrado confiera valor al objeto como creía Meignon, sino que cometemos un error creyendo que hablamos de un objeto, cuando en realidad hablamos de un estado sentimental. Para R. Carnap (v.), p. ej., los juicios de valor son disfraces de imperativos o normas. Entre el juicio de valor «robar es malo» y el imperativo «no robes» sólo hay diferencia de formulación, mas no de contenido. Pero, por. otra parte, la norma o imperativo no afirma nada, sino que expresa un deseo; por tanto, es inútil agotar argumentos para probar su verdad o falsedad: tanto el juicio de valor como el imperativo o norma no son ni verdaderos ni falsos. La axiología, como ciencia, jamás podrá constituirse sobre tan efímera base, pues sus juicios no son verificables, careciendo así de significado.

Parecida postura mantiene Ayer. Ahora bien, un sentimiento puede ser expresado o afirmado; no es lo mismo afirmar que expresar un sentimiento. Así, la enunciación de un juicio ético no es afirmación, sino expresión de un sentimiento, lo cual, a su vez, ni es verdadera ni falsa. El subjetivismo desconoce esta distinción, ya que el juicio de valor no sería más que la afirmación de la existencia de un sentimiento. Pero en tal caso el juicio es verdadero o falso: o es cierto o no que el sujeto tiene el sentimiento que afirma. Decir que una cosa es buena o correcta no equivale a decir que merece la aprobación general, ya que se aprueban muchas acciones malas o incorrectas. El hombre que aprueba lo malo no se contradice. Entonces, si un juicio de valor no implica una proposición o afirmación jamás habrá proposiciones axiológicas contradictorias. Únicamente cabe la posibilidad de juicios de valor si previamente admitimos todos una tabla de valores. Con arreglo a esa tabla se podrá discutir ulteriormente si un hecho encaja o no en su ámbito. Pero quien no esté de acuerdo con nuestra tabla de valores jamás podrá ser convencido de la verdad o falsedad de su postura. Al no poderse determinar la falsedad o verdad de los juicios de valor ya que no afirman nada, debemos concluir que no significan nada. La Ética no tiene posibilidad alguna. Sólo la Psicología estudiará las reacciones y sentimientos que tales juicios expresan o provocan.

En esto coincide con Ayer B. Russell, ya que la cuestión de los valores está fuera del dominio del conocimiento, siendo además mera expresión de nuestros sentimientos. La idea de lo bueno y de lo malo está conectada siempre al deseo (bueno=deseado; malo=evitado). La Ética quiere dar significación universal a ciertos deseos personales. Ahora bien, decir «esto es bueno» no es lo mismo que decir «esto es cuadrado». Con el predicado «bueno» se enuncia sólo un deseo; mientras que con el predicado «cuadrado» se enuncia algo objetivo. Jamás podrá discutirse sobre la verdad o la falsedad del predicado «bueno». Russell (v.) afirma expresamente que su doctrina es una forma de la subjetividad de los valores. Para él no es posible encontrar argumentos para probar que algo tenga un valor intrínseco. No obstante, parece contradecirse en su postura, cuando afirma que nuestra vida tiene que guiarse por grandes deseos impersonales y .generosos. Pero esto es ya postular una escala objetiva de valores, de modo que el hombre tiene que obrar por razón de los más altos jerárquicamente.


2.3. El objetivismo axiológico


 Al despertar el idealismo en el s. xix bajo la forma de kantismo surgieron principalmente dos escuelas fieles al espíritu de Kant: la escuela logicista de Marburgo y la escuela axiológica de Baden. Esta última, representada por W. Windelband y H. Ricicert, impulsó notablemente el estudio del valor.

W. Windelband depende también de Lotze. Partiendo del método trascendental kantiano, sostiene que la filosofía consiste en el análisis de las condiciones lógicas del conocimiento y de la volición. Es, por tanto, conceptualista, negando la existencia de la intuición intelectual: el entendimiento es sólo una facultad de síntesis, al construir el todo a base de sus partes. Con esto aboca al idealismo gnoseológico, haciendo consistir el conocimiento en una creación del objeto y no en una captación del mismo. A pesar de su idealismo, no es totalmente racionalista, y reconoce la presencia de un elemento irracional en la realidad: el fundamento del ser objetivo no son las leyes lógicas como en la Escuela de Marburgo, sino las leyes axiológicas. Ahora bien, más allá de la «conciencia en general» no hay nada. ¿Cómo son entonces verdaderos y objetivos los juicios basados en realidades inmanentes? En tales juicios se da la presencia de valores trascendentales, los cuales no hacen referencia al ser, sino al deberser. El juicio es verdadero cuando corresponde a un deberser trascendental. Los valores figuran como el fundamento del ser, y son independientes de la razón y de la conciencia: se imponen. Por eso, los valores no son relativos, puesto que su validez es absoluta. El valor aparece a la conciencia en la forma de un objeto eterno, al que no corresponde realidad alguna en nuestra conciencia. La filosofía es, así, «ciencia crítica de los valores universales». Estas leyes inmanentes, inmutables y eternas, no existen, sino que valen, y son de tres clases: valores de verdad (en el pensamiento), valores morales (en el querer y obrar) y valores estéticos (en el sentimiento).

H. Rickert sigue la línea trazada por Windelband: el valor no pertenece a la esfera del sujeto, sino a la del objeto. Ahora bien, este objeto no tiene realidad, como la tiene el objeto de una experiencia sensible, sino que constituye un «tercer reino». Es decir, entre el reino de la realidad y el de los valores no es posible una relación si no es a través de una esfera diferente de ambas. Ese «tercer reino» está constituido por relaciones, llamadas por Rickert «formaciones de sentido» (Sinngebilde). La cultura es el reino, de las formaciones de sentido.

Alejado del kantismo, el objetivismo axiológico ha tenido sus representantes más destacados en el círculo de la Fenomenología. Siguiendo el método fenomenológico de Husserl, Max Scheler dio el mejor impulso a la a. en su obra El formalismo en la ética y la ética material de los valores. Scheler está de acuerdo con Kant al rechazar la «ética de bienes», pero esto no tiene que llevar a una aceptación de la «ética del imperativo categórico». Hay que distinguir entre bienes y valores. Así como podemos hablar del eidos o esencia del, color rojo, sin tener en cuenta que exista o no fácticamente en una cosa roja, también hay valores como esencias, prescindiendo de que existan o no bienes portadores de tales valores. El hombre puede intuir la esencia de un valor, el cual es independiente de su realización fáctica en la forma de bienes (o «cosas valiosas»). La intuición de los valores es independiente de la empiría. La ética no puede suponer bienes o cosas (en esto da la razón a Kant), mas también tiene que basarse en un contenido determinado (con lo cual se hace material y se enfrenta a la ética de Kant). Además la jerarquía de los valores es a priori y en esto concuerda con Kant; pero las leyes esenciales que regulan las relaciones entre valores no son de índole formal o indeterminadas en su contenido. Por tanto, se precisa una ética material. Es decir, Kant confundió lo a priori con lo formal; para Scheler esto es imperdonable. Mas Kant cometió un segundo error: confundió lo a priori con lo racional. En verdad, los valores no son captados por la razón, sino por el sentimiento. La razón capta las esencias significativas lógicas. En el querer se establece una relación con el mundo concreto; pero el sentimiento nos abre a las esencias alógicas o valores sin ser una experiencia empírica. Para Scheler, todo acto que realiza un valor debe ser definido precisamente como manifestación de una persona. El verdadero soporte de los valores morales es la persona humana y sólo ella puede ser buena o mala. De ahí el personalismo de la a. scheleriana.

Nicolai Hartmann sigue una línea paralela a la de Scheler. Pero considera únicamente la persona individual, rechazando el concepto de persona colectiva o divina: hay que sacrificar la relación a la ética, ya que la dignidad de la persona humana consiste en transformar el deberser (axiológico) y deberobrar (ontológico). Los valores morales constituyen un reino axiológico independiente: la persona humana es mediadora entre el orden de los valores y el de la realidad. Los valores son como afirma también Scheler esencias irracionales, estando la norma y el deber fundados en el ser independiente de los valores. No hay una prioridad del deber respecto de los valores, sino que el valor precede al deber y lo condiciona. Los valores poseen el carácter de esencias originales, independientes de la representación y del deseo. Son objetos ideales, aprehensibles en una visión intuitiva a priori, independiente de toda experiencia. Hartmann se vincula así a la teoría platónica de las ideas: «En cuanto a su modo de ser, los valores son ideas platónicas. Forman parte de ese otro reino del ser, descubierto por Platón, aprehensibles por intuición espiritual, aunque no visibles con los ojos ni palpables con las manos»(Ethik, Berlín 1926, 108).


2.4. Determinación sistemática del valor

Definir el valor resumiendo o sintetizando de algún modo las ideas expuestas por los autores mencionados es tarea ardua. Ensayémosla en cortas proposiciones:

1)Peculiaridad del valor. Valer y ser no se identifican en el proceso de la percepción humana. Percibimos muchas cosas que son, pero no por ello juzgamos que valen, más aún, nos dejan indiferentes. El valor es aquello que saca al sujeto de su indiferencia frente al objeto; por eso, el valor se funda en la preferibilidad. El valor es noindiferencia. Cuando decimos que algo vale, no afirmamos directamente algo sobre su ser, pues sólo nos referimos a su noindiferencia. La noindiferencia es la esencia del valor. La cosa que vale no es más o menos que la cosa que no vale. Tener valor no significa directamente tener más o menos realidad, sino no ser indiferente. Es precisamente esta característica del valor lo que va a plantear el problema central de la a., y lo que va a permitir que se escinda según los presupuestos metafísicos de los diversos autores, dando lugar a una a. subjetivista, si lo reduce todo al sujeto; a una a. idealista, si no funda el valor en la idea; a una a. realista, que ponga de manifiesto que la a. no puede estar cerrada en sí misma, sino abierta a la ontología, ya que el valor se funda en el ser. En los puntos que siguen procederemos de una manera más bien descriptiva, y siguiendo sobre todo a Scheler y a Hartmann, aunque corrigiendo algunas de sus expresiones, y dejando para luego el planteamiento del tema ontológico.

2) El valor es captado sentimentalmente. No se percibe el valor (la bondad, la amistad, la generosidad, la belleza...) por la vía de un silogismo deductivo, sino de una manera inmediata en la que la capacidad de sentir de la persona se ve afectada. Hay un «orden del corazón» (Pascal) paralelo al «orden de la razón». No obstante el percibir sentimental de un valor está dado este mismo valor con distinción de su sentir y, por consiguiente, la desaparición del percibir sentimental no suprime el valor. Aunque no captados por deducción, no por eso los valores forman un orden caprichoso y caótico. El percibir sentimental no está unido exteriormente al objeto, ni aun de modo mediato a través de una representación o a través de un signo, como si el objeto fuera signo de algo más profundo. Captamos inmediatamente los valores por medio de las vivencias emocionales (preferir y postergar). N. Hartmann extrema en el distinguir la esfera lógica y la esfera emotiva; esta última es llamada por Ortega y Gasset estimativa.

3) EI valor es objetivo. Ya vimos cómo Scheler rechaza las doctrinas axiológicas subjetivistas. El fundamento del valor no es el agrado o desagrado que desencadena. El mismo hecho de que podamos discutir sobre los valores, supone que en la base de la discusión estamos profundamente convencidos de que son objetivos. Los valores se descubren, como se descubren también las verdades científicas. Hartmann es contundente a este respectó: los actos emotivos tropiezan con algo que nos insta irresistiblemente. No es que lo deseable tenga valor, sino que es deseable lo valioso. Y ya decía Scheler que la desaparición del percibir sentimental no suprime el ser del valor. Cuando se descubre un valor no es que antes no hubiera valor y ahora lo hay, sino que antes todavía no era intuido y ahora lo es.

4) Los valores son esencias o eidos. Quiere esto decir que los valores son independientes de las experiencias en que están inmersos. Esta esencia puede ser realizada por medio de la existencia, pero su modo específico de consistencia no se modifica por el modificarse de sus realizaciones existenciales (N. Hartmann).

Los valores son esencias «eternas e inmensas», por abarcar el espacio y el tiempo. No es que los valores sean errantes fantasmas, pues más bien son espacial y temporalmente omnipresentes: no valen aquí o allí, antes o después; simplemente valen. Además san esencias «absolutas e inmutables»: la traición de mi amigo no altera el valor de la amistad; los valores no cambian. Son absolutos: no están condicionados por ningún hecho de naturaleza histórica, social, biológica o individual. Lo que vale una vez, vale siempre y de un modo uniforme: no valdrá más para unos que para otros.

5) El valor no es una relación, sino una cualidad. Es preciso distinguir entre el valor en sí y el valor para nosotros. Si hubiera valor sólo para algunos, entonces estarían constitutivamente en relación con el tiempo y con el espacio, cosa que ya hemos excluido. Antes de Newton ya existía la ley de la gravitación. Del mismo modo, sólo hay una relatividad en el modo de conocer los valores, pero jamás en el mismo valor como tal. Percibir un valor no es crearlo, sino descubrirlo. Los valores poseen independencia objetiva e independencia subjetiva. La belleza es independiente del cuadro, de la estatua o de los colores: el cuadro o la estatua poseen el valor de lo bello, que los trasciende y los antecede. Los valores son extraños a la cantidad: no se puede decir que un cuadro es tantas veces bello, ni se puede contar o dividir la belleza en unidades. Los valores son también subjetivamente independientes; aunque nunca se hubiera juzgado que el asesinato era malo, hubiera continuado siendo malo.

6) El valor no tiene sustantividad propia. Los valores radican en los seres y el hombre no percibe el valor sino en los seres concretos, haciendo referencia al ser y expresándose como un predicado del ser. Aquí volvemos a encontrar en toda su pujanza la distinción entre una a. realista y una idealista: la primera reconocerá ese hecho con toda su fuerza; la segunda no acaba de asumirlo del todo y empleará expresiones como «los valores están adheridos a los seres», «depositados en ellos», etcétera.

7) Polaridad de los valores. El valor consiste en la noindiferencia, es decir, en su capacidad de sacarnos de la indiferencia. Esto supone un punto inicial de indiferencia y algo noindiferente que se aleja de ese punto. Hay dos modos de alejarse de ese punto de indiferencia: uno positivo y otro negativo. Por eso, el valor tiene polaridad: un polo positivo y un polo negativo. La provocación de la noindiferencia puede suceder por atracción o por aversión. Todo valor tiene su contravalor, a lo bueno se contrapone lo malo; a la belleza se contrapone la fealdad, etc.

8) Jerarquía de los valores. Hay una multitud de valores como modos de noindiferencia. El valor debe tener constitutivamente noindiferencia. También los valores en sus relaciones mutuas poseen esa noindiferencia. Esta noindiferencia respectiva es el fundamento de su jerarquía. Según Scheler, los valores mantienen una relación jerárquica a priori, pues la jerarquía cuyo fundamento es la correlación de los valores en orden a la noindiferencia reside en la esencia misma de los valores. Scheler da cinco criterios para determinar la jerarquía axiológica: l° Extensión: los valores más inferiores son esencialmente fugaces, mientras que los superiores son eternos; las grandes obras literarias persisten a través del tiempo. 2° Divisibilidad: un valor tiene mayor rango cuando menos divisible es; un trozo de pan vale el doble que la mitad de ese trozo; pero la mitad del cuadro Las Meninas no corresponde a la mitad de su valor total. 3° Fundamentación: cuando un valor fundamenta a otro es más alto que éste. Lo agradable se funda en lo vital; y todos los valores se fundamentan en los religiosos. 40 Profundidad de satisfacción: Satisfacción no es placer, sino vivencia del cumplimiento de una intención hacia un valor cuando aparece éste. Profundidad no es grado de satisfacción; la satisfacción es tanto más profunda cuanto menos ligada está al percibir sentimental de otro valor. 5° Relatividad: no se trata de un subjetivismo; el valor de lo agradable es relativo a un ser dotado de sentimiento sensible; los valores absolutos son aquellos que no dicen relación a la sensibilidad o á la vida.

9) Clasificación de los valores. Uno de los esfuerzos más gratos a la a. consistió en encontrar una escala de valores con que indicar su mutua correlación, según el modo que tienen de sacarnos de la indiferencia. El valor supremo es aquel que dista más que ningún otro del punto inicial de indiferencia. Ortega y Gasset, inspirándose en las investigaciones de Scheler y Hartmann, propone una escala de valores, según jerarquía y polaridad, que transcribimos: Útiles (carobarato; ordinarioextraordinario), Vitales (noblevulgar; sanoenfermo; fuertedébil; vidamuerte), Intelectuales (conocimientoerror; evidenteprobable), Morales (buenomalo; justoinjusto), Estéticos (bellofeo; sublimeridículo) y Religiosos (sagradoprofano; divinodemoníaco). A la vista de esta escala podemos apreciar que se nos impone renunciar a un valor de belleza o de salud antes que hollar un valor religioso. Finalmente, y por lo que respecta al carácter positivo o negativo del valor, añadiremos que el valor positivo es aquel que debe mover al sujeto por su atracción; el valor negativo debe mover al sujeto por su repulsión. Lotze y Brentano formulan la siguiente tesis al respecto: La existencia del valor positivo es un valor positivo; la existencia del valor negativo es un valor negativo; la noexistencia del valor negativo es un valor positivo; la noexistencia del valor positivo es un valor negativo.

2.5. Entrada de la Axiología en el ámbito de la Ontología

En Francia, L. Lavelle y R. Le Senne consideran la A. como una profundización de la Ontología misma. En España, J. Zaragüeta se ha pronunciado también en este mismo sentido. En Alemania, J. von Rintelen identifica el valor con el concepto afín al tomista de Bien, que, como se sabe, es uno de los trascendentales del ser. justamente la posible entrada de la A. en el ámbito de la Ontología tendrá lugar únicamente en el ámbito de la bondad trascendental, como unánimemente lo ha reconocido el neotomismo. Pero es preciso aclarar este punto. Acerca de la distinción que la A. hace entre el bien (v.) y el valor, convendrá tener presentes algunos puntos:

1) El bien es el ente concreto dotado de bondad. En este caso, el bien es lo valioso, o lo que es soporte de valor; el valor es la bondad misma tomada abstracta o formalmente (la valiosidad), en virtud de la cual el ente se hace bueno.

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